Mandó tres salvas de solemne despedida y con la última hizo el muerto.
El reverendo Fitchen era así, ceremonial para todo.
Sabía sacralizar la muerte. Invocaba la palabra y con ella consagraba el tiro.
Nunca supe qué fe profesaba; tan solo que le interesaban las almas, torturarlas y, sobretodo, cosecharlas.
Ahora que caigo, con aquel sombrero oscuro, el rostro cortante y la mirada profunda e insondable… bien podría venir de abajo…. de bien abajo.