“Solo hasta el árbol”, decían… “Solo hasta el árbol”… “Una vez arriba, al otro lado de la colina está el pueblo: agua fresca, buena comida y mejor gente.” “O si lo prefiere, puede esperar a la diligencia. Tiene suerte, dentro de cuatro de días estará por aquí.”
Así que escogí seguir; total, solo era hasta el árbol…
¡Maldito árbol!, ¡qué bien se veía ahí recortado en el horizonte!, bien definido, cercano. Sin los barrancos, torrenteras ni la tierra seca, suelta y resbaladiza.
Y sin embargo, cuando una eternidad después, con los zapatos rotos, mi elegante traje ajado y el alma a rastras asida a mi sombra, me encontré apoyado en el tronco de este viejo amigo, llevaba tanto tiempo viéndolo que parecía haberlo buscado durante toda mi vida. Lo conocía desde que era tan pequeño que cabía entre mis dedos. Había sido lo único relevante; única referencia para mantenerme con vida.
Y ahí estaba: ni tan alto ni tan fuerte ni majestuoso como imaginaba; tan solo esencial.
Así que no es de extrañar que aunque llegara al fin al pueblo y comiera y bebiera como nadie, guarde como recuerdo de aquellos días aquel maldito árbol sobre la colina, que aún permanece firme para el siguiente iluso que prefiera seguir a esperar la diligencia.
Claro que si algún día vuelvo a quedarme tirado en aquel lugar y debo elegir de nuevo, escogeré volver a caminar otra eternidad y visitar de nuevo a mi viejo amigo. Porque al fin y al cabo, “solo es hasta el árbol.”