Estuvo aquí cuando llegaron nuestros padres con las carretas. Entre sus raíces correteamos y trepamos por sus ramas jugando en las horas de escuela.
Estuvo cuando la guerra, en el único bando de la tierra. Y de él colgaron forajidos, maleantes y gentes de buen hacer, para tranquilidad de los que podían.
Estuvo cuando apostamos todo al ferrocarril. Y se mantuvo firme cuando perdimos, alimentándose de cualquier rastro que pudimos dejar.
Y ahí está ahora: alto, grande, impasible. Apuesto a que piensa qué demonios hacen esos pequeños bichos locos que aparecieron hace un suspiro y tras un instante de frenética actividad se volverán a marchar.
Los indios ya lo conocían y, antes de que los invitáramos a marchar, se despidieron de este gran abuelo.