Entre un mar de verde rugoso, sobre largas espigas, se alzan los diminutos estandartes lilas de la verbena.
Se trata de una planta herbácea perenne de la familia de las Verbenaceae, de tallos cuadrangulares, rectos, obtusos, muy ramificados y marcados por dos surcos longitudinales.
Tiene una raíz fusiforme, blanquecina y ramificada y se propaga por semilla y raíces en zonas húmedas, terrenos incultos y bordes del camino, pudiendo alcanzar el metro de altura.
Sus hojas, de un color verde apagado, son de peciolo corto, opuestas, pinnadas, oblongo-lanceoladas, con lóbulos profundos y de superficie arrugada y tormentosa.
De mayo a octubre salen sus flores en espigas terminales de 10 a 25cm. Son diminutas, con caliz tubular de color lila o azul púrpura, formado por 4 sépalos.
Su fruto crece en forma de nuez con 4 náculas de 1,5 a 2mm de color pardo rojizo y 4 o 5 costillas.
El término Verbena proviene del latín, utilizado ya por Plinio el Viejo.
El epíteto latino officinalis significa medicinal.
Tradicionalmente en la zona Noroeste de Europa se consideraba una hierba sacra que se utilizaba en rituales para limpiar y defenderse de enfermedades consideradas demoniacas, además de vincularse a hechizos, filtros de amor… Los soldados romanos la llevaban en sus alforjas para las heridas.
En la actualidad se utiliza por sus propiedades febrífugas, expectorantes, sedantes, antiespasmódicas, antirreumáticas, digestivas, depurativas, diuréticas, astringentes, aperitivas y reconstituyentes.
No obstante es una planta que debe suministrarse con cuidado pues, además de estar contraindicada para embarazadas, un uso indiscriminado puede resultar peligroso
