Con un solo gesto de sus ojos invocaba sonrisas, complicidad y destronaba la rabia encumbrada. Solo con eso, se hizo con el saloon y con el pueblo entero. No regalaba, no fiaba y cuando debía plantarse lo hacía, pero tan suave y efectiva como la caricia del viento sobre la hierba de la pradera.
Había algo en su forma de andar, de comunicarse, algo en sus gestos y el timbre de su voz, que convertía al demonio más encendido en viejo amigo.
Decían que tenía sangre india, que era hechicera; pero la verdad es que hay gente que conoce el arte de domar a las personas y otros, como Ventura, que simplemente saben tratarlas.