Cualquiera que haya jugado a esto del rol sabe que hay algo fundamental en toda partida, algo que ancla lo etéreo a lo real y aporta ese punto de incertidumbre que refresca el ambiente.
Ese vértigo es lo que nos ofrece lo que conocemos como Tirada y todo lo que la envuelve y conforma. Ella nos mantiene en torno a la mesa, pendientes del rodar del dado, hasta que al posarse revela el destino de uno o de muchos.
Vaya por delante que se tira muchas veces a lo largo de una partida. La mayoría son tiradas rutinarias, un simple sí o no que a veces puede evitarse o, de acuerdo con las palabras atribuidas al señor Gygax, limitarse a hacer ruido tras la pantalla.
Pero hay algunas que tienen un especial significado, esas en que el riesgo de fallo es alto, lo es la apuesta o ambas. Son esas las importantes: las que cambian las cosas y marcan la historia. A esas hay que darles lo que a todo buen cartucho de dinamita: chispa y espacio.
Antes de tirar enseña el dado, recuerda con qué está cargado y dispara solo tras el cortejo completo de miradas y tanteo.
Cuando lances, que se note; que ruede un buen rato y, si la ocasión lo pide, mantén el suspense, oculta el resultado: que interpreten lo que es o lo contrario. Entonces, solo cuando estén listos para ver el desenlace, cuando la diferencia entre grupo e individuo desaparezca de forma natural… muestra la respuesta.
Y esto no se hace por el placer de tenerlos en stand by. En realidad todo responde al mismo motivo por el que nos reunimos en torno a una mesa, por el que durante toda la vida se sigue jugando o viendo jugar: sencillamente, para pasar un buen rato. Y esta es una de esas oportunidades en que esa sensación se potencia y, más adelante, se recuerda.
Buena partida, mantén vivas las ascuas.