Los dados son vela de velero, locomotora de tren, caballos de carro: pieza clave en esto del rol.
La primera vez que uno se pone cara a cara con un juego completo de dados, parece que algún aficionado a las figuras geométricas se ha puesto a divagar, tal y como hace aquí el que junta estas letras, y resulta que al final acabamos descubriendo todo un mundo más allá del clásico dado de puntitos del parchís.
Y es que, a poco que entras en el mundillo, ves que no solo tienen utilidad sino que además existen diferentes cantidades, diseños y tamaños. Puedes escoger lo que más vaya contigo o hacer acopio por si llega el fin del mundo y cierran todas las tiendas; porque la verdad es que todo rolero se ha dedicado en algún momento a acumular un buen puñado de dados.
Una partida se rige por ciertas normas, el sistema de juego que indica qué es lo que se puede hacer y qué no. El dado pone sobre la mesa esa chispa de azar, nervio y expectación que ofrece el toque extra de interés. Ante esa situación hay quien va a las bravas, tirando sin red, quien hace del mundo un contenedor de recursos con los que aumentar sus posibilidades, quien se acompaña de otros que puedan facilitarle tareas que desconoce y quien espera solo los momentos adecuados para efectuar su apuesta; pero en todos los casos el elemento común es el mismo, esas piezas geométricas culpables de nuestros mayores logros y desgracias.
La importancia del dado es tal que se ha convertido en icono de la actividad. Uno ve 1d100 y piensa en Cthullhu, Aquelarre, Runequest y todos los que llegaron o siguieron al BRP de Chaosium. El d20 es feudo indiscutible del Dungeons & Dragons, pese a que otros sigan la misma ruta. Un enjambre de d10 nos sumerge en un Mundo de Tinieblas. Con unos cuantos d6 con + – y algunas caras en blanco se forjan las palabras FUDGE y FATE. Existen juegos que tocan varios palos, como el Savage Worlds donde las características se miden por tipos de dado que van desde el piramidal d4 hasta el siempre olvidado d12. Y algunos priman la ambientación a cualquier lógica matemática, como el d666 (formado por 3 dados de 6 caras) que nos permite interpretar a un ángel o demonio en el macabro y desternillante In Nomine Satanis.
Hay muchos más modos de utilizar estas herramientas, oficiales y de iniciativa propia, tantos como cabezas pensantes. Y llegamos al punto en que cualquier norma establecida genera sus propias excepciones que, por destacar en contra, acaban formando parte y alimentando a su manera peculiar el todo del que surgieron. Habitan ese espacio sistemas como el del Deadlands que mueve su weird west con dados y cartas de poker; el magnífico Castillo de Falkenstein que destila ambientación por los 4 costados moviendo su maquinaria de vapor únicamente con cartas o el puñado de monedas que conduce de manera extremadamente sencilla a un Príncipe Valiente. Hay, en última instancia, quien decide apartarse por completo y echar los restos sin dados, tirando del género epistolar que rige el mundo de De Profundis.
Y en estas llegamos a lo de siempre: que en la variedad está el secreto, la fuerza y la riqueza. Opciones no han de faltar: formas, texturas, colores, cantidades, enfoques y soportes. Al final de la partida, importa ese instante en que las voces se acallan y los ojos se mantienen expectantes hasta que el azar se posa, surge el resultado y al otro lado de la mesa todo empieza a rodar.
Buenos días os sean dados